por Nicolás Kedzierski.
Supuestamente por lo que se está viendo en el mundo de los negocios en estos últimos tiempos parecería que la medida ideal de evadir la crisis es congelar las industrias y esperar que este apocalipsis económico pase para poder salir nuevamente a flote. A nivel mundial muchas empresas optaron por este camino, por frenar procesos de research, de investigación e innovación como si fuese la mejor opción. A la vista gorda uno creería que es una medida coherente, pero si se empieza a mirar un poco los procesos históricos parecería que esta no es una buena opción.
Si se analiza la crisis económica industrial del 30 la situación empieza a tener otro foco. Una de las grandes razones por la cual se logró salir de esta depresión es que muchas de las empresas empezaron a buscar un valor adicional en sus productos que atrapasen a los consumidores. Valores que los distinguiesen ya sea por su estilo, por su innovación o por su pragmatismo. Y es aquí donde el rol del diseñador pasó a ser fundamental. No solo las empresas no se congelaron, sino que aquellas que salieron mejor paradas frente a esta crisis fueron las que invirtieron, trabajaron y entendieron lo importante que puede ser el diseño a la hora de producir. Como dijo Carroll Grantz, presidente de la Industrial Designers Society of America (IDSA), la depresión del 30 permitió que la profesión del diseñador industrial se acentúe. Los diseñadores pasaron a ocupar un puesto que antes era compartido con los ingenieros, empezaron a tomar conciencia multidisciplinar en cuanto a diseño, producción y marketing y apareció la figura del diseñador estrella. Algunos, como Bel Geddes, Teague, Dreyfuss y Raymond Loewy se volvieron totalmente populares, generando un vinculo emocional que permitió darle un valor agregado a los productos de la época.
El diseñador industrial ya no era un artista industrial, sino que era una figura de prestigio. Y esto no solo fue apreciado por la sociedad sino que también entendido y valorado por el mundo empresarial. Es aquí donde el diseñador, en esta nueva etapa de crisis, puede como ya se hizo una vez, incidir en las ventas y la rentabilidad de los productos y servicios de una empresa. Si este camino se marcó una vez, se puede volver a trazar.
Si estamos frente a una nueva crisis, se puede aprender de lo sucedido. Justamente expertos, desde la revista Fortune y otras fuentes respetables, están diciendo que si hay un momento para explotar la innovación es ahora. Aquellos que trabajen con énfasis en estos tiempos de crisis probablemente salgan mucho mejor parados cuando esta crisis termine, quedando posicionados como líderes. Mientras que aquellos que se hayan congelado quizás se queden atrás, como seguidores. En tiempos de crisis es cuando surgen las vanguardias. Luego de una crisis también vienen tiempos de oro.
Es ahora cuando se deben replantear los factores de consumismo, de producción en masa y darles una vuelta de rosca para adaptar todo bajo una conciencia sustentable y así crear un mundo mejor.
Nicolás Kedzierski es colaborador del Diario Clarín para el suplemento de Arquitectura. Trabajó en el estudio de arquitectura Marcelo Céspedes y Asociados, colaborando entre algunas obras como la New York University de Buenos Aires, el hotel 5 estrellas Eurobuilding y el proyecto petite hotel para Francis Ford Coppola. Es estudiante de diseño industrial.
Si se analiza la crisis económica industrial del 30 la situación empieza a tener otro foco. Una de las grandes razones por la cual se logró salir de esta depresión es que muchas de las empresas empezaron a buscar un valor adicional en sus productos que atrapasen a los consumidores. Valores que los distinguiesen ya sea por su estilo, por su innovación o por su pragmatismo. Y es aquí donde el rol del diseñador pasó a ser fundamental. No solo las empresas no se congelaron, sino que aquellas que salieron mejor paradas frente a esta crisis fueron las que invirtieron, trabajaron y entendieron lo importante que puede ser el diseño a la hora de producir. Como dijo Carroll Grantz, presidente de la Industrial Designers Society of America (IDSA), la depresión del 30 permitió que la profesión del diseñador industrial se acentúe. Los diseñadores pasaron a ocupar un puesto que antes era compartido con los ingenieros, empezaron a tomar conciencia multidisciplinar en cuanto a diseño, producción y marketing y apareció la figura del diseñador estrella. Algunos, como Bel Geddes, Teague, Dreyfuss y Raymond Loewy se volvieron totalmente populares, generando un vinculo emocional que permitió darle un valor agregado a los productos de la época.
El diseñador industrial ya no era un artista industrial, sino que era una figura de prestigio. Y esto no solo fue apreciado por la sociedad sino que también entendido y valorado por el mundo empresarial. Es aquí donde el diseñador, en esta nueva etapa de crisis, puede como ya se hizo una vez, incidir en las ventas y la rentabilidad de los productos y servicios de una empresa. Si este camino se marcó una vez, se puede volver a trazar.
Si estamos frente a una nueva crisis, se puede aprender de lo sucedido. Justamente expertos, desde la revista Fortune y otras fuentes respetables, están diciendo que si hay un momento para explotar la innovación es ahora. Aquellos que trabajen con énfasis en estos tiempos de crisis probablemente salgan mucho mejor parados cuando esta crisis termine, quedando posicionados como líderes. Mientras que aquellos que se hayan congelado quizás se queden atrás, como seguidores. En tiempos de crisis es cuando surgen las vanguardias. Luego de una crisis también vienen tiempos de oro.
Es ahora cuando se deben replantear los factores de consumismo, de producción en masa y darles una vuelta de rosca para adaptar todo bajo una conciencia sustentable y así crear un mundo mejor.
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